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Amenaza para la biodiversidad del planeta

Las especies invasoras, causa directa del 39 por ciento de las extinciones conocidas, son después de la pérdida del hábitat la segunda amenaza para los endemismos.

Nos parece normal escuchar cotorras en los parques de las ciudades, pescar lucios en el Tajo o encontrar ranas toro en los estanques. Pero no lo es. Son sólo algunas de la larga lista de especies exóticas que actualmente podemos encontrar en nuestro país y que en los últimos años se han convertido en la segunda causa de desaparición de la biodiversidad mundial, sólo por detrás de la pérdida del hábitat. De hecho, han sido la causa directa del 39 por ciento de las extinciones conocidas. Se calcula que en España ya son más de medio millar las especies introducidas por el hombre. Una gran amenaza de la que se empieza ahora a tener conciencia.

Viajan lejos de sus lugares de origen con fines comerciales, de manera accidental o como mascotas, y acaban fugándose o siendo abandonadas cuando empiezan a dar problemas. Algunas no logran sobrevivir en un entorno a veces demasiado hostil, pero muchas consiguen instalarse en su nuevo hábitat. Su gran capacidad de adaptación y proliferación y la ausencia de depredadores naturales son los factores que hacen que la mayoría de ellas acaben imponiéndose a las especies autóctonas. Además de la competencia por el alimento y el espacio, la predación directa, la introducción de nuevas enfermedades y parásitos y la transformación del hábitat son otras de las consecuencias de su «invasión».

La explotación comercial, muchas veces con el beneplácito de la Administración, es la responsable de la introducción del mayor número de especies. «Es sorprendente el hecho de que actividades como la caza hayan sido fomentadas por las autoridades con la introducción de especies exóticas», denuncia Theo Oberhuber, coordinadora de Ecologistas en Acción. Es el caso de mamíferos como el gamo o el muflón y de aves como el faisán o la codorniz japonesa, introducidos en los años 70 con esta finalidad, y que ahora cuentan con poblaciones en varios puntos de la Península. También la pesca se ha visto «enriquecida» con ejemplares exóticos. Entre las especies piscícolas objeto de pesca, siete son introducidas, lo que supone más de la cuarta parte del total. El ya popular lucio, el pez gato o el siluro son sólo un ejemplo de estas introducciones.

Además de estas actividades «deportivas», las industrias dedicadas a la comercialización de animales exóticos o de sus productos derivados también han contribuido a su expansión. De esta manera, el visón americano llegó a las fábricas de peletería de nuestro país en la década de los 50 y ahora se ha instalado como uno más. La presencia de estos ejemplares, de mayor tamaño y más agresivos que el visón europeo, sigue poniendo en peligro la supervivencia de la especie autóctona. En los últimos años también han empezado a instalarse en España granjas dedicadas a la ranicultura, que han provocado la aparición de varias colonias de ranas toro, un anfibio originario del este de Norteamérica que presenta una gran voracidad y puede llegar a medir 20 centímetros, frente a los nueve que alcanza la rana verde española.

También la costumbre, convertida en moda especialmente para ciertas especies, de tener mascotas exóticas en casa ha favorecido este tipo de colonias. Además de las graves consecuencias que ya supone la introducción de las hasta ahora habituales especies domésticas (perros, gatos y roedores), cuando estos animales se asilvestran, la presencia de mascotas exóticas supone una grave amenaza para ciertas especies autóctonas. Esta tendencia ha sido muy marcada en la mayoría de los países desarrollados, y España no se ha librado de ella. La introducción de nuevas especies, desde serpientes hasta monos pasando por iguanas y aves tropicales, son la versión española del famoso mito de los cocodrilos en las alcantarillas de Nueva York.

Mascotas molestas

Pero estos animales crecen, requieren muchos cuidados y, en algunos casos, se vuelven agresivos. Sus dueños se cansan de sus mascotas una vez que son grandes y molestas. O demasiado longevas, como la tortuga de Florida, que puede llegar a vivir hasta 35 años y que actualmente amenaza a los galápagos autóctonos. Pensando en la supervivencia de su mascota, muchos dueños las liberan en lugares con condiciones parecidas a sus hábitats de origen, fomentando una adaptación que está muy lejos de ser beneficiosa y que ha permitido que muchos de estos animales hayan llegado a establecer poblaciones silvestres. Los casos más conocidos se encuentran en el grupo de las aves. Típicas especies tropicales, como la cotorra de kramer, son ya fáciles de observar en libertad en parques urbanos.

El último tipo de introducciones son las que se producen de forma accidental. Quizás el ejemplo más ilustrativo sea el de las ratas, que viajan como polizones en los barcos invadiendo los lugares donde éste atraca. Estos animales son los depredadores foráneos más importantes en las islas, ecosistemas ya de por sí muy frágiles y que además suelen tener un gran número de endemismos. Actualmente, existen poblaciones de ratas en el 80 por ciento de ellas. En España, varias especies de aves y reptiles, como los lagartos gigantes de La Gomera y El Hierro, están amenazadas por su presencia. Entre las especies introducidas accidentalmente en nuestro país también está el mejillón cebra. «En este caso podemos utilizar sin reparos la palabra catástrofe», señala Bernardo Zilletti, director del Grupo de Especies Invasoras. Sus poblaciones, localizadas de momento en el río Ebro, crecen increiblemente hasta obstruir totalmente las tuberías, cortando la distribución de agua. «Su impacto en el medio ambiente y la economía es dramático», subraya Zilleti, que no duda en calificarlo como el «enemigo número uno».

Aunque, como señala Theo Oberhuber, «cualquier especie exótica invasora provoca daños en el entorno», no todas los producen de la misma forma. Sus consecuencias van desde la extinción o la alteración del hábitat a la introducción de parásitos, degeneraciones o enfermedades. Un ejemplo significativo de estas degeneraciones es la que sufre la malvasía autóctona, que se está transformando genéticamente al mezclarse con la malvasía jamaicana, un pato que llegó a los estanques de Inglaterra y que ha colonizado el sur europeo. Ahora, su familiar autóctono corre el riesgo de una «extinción genética».

Conciencia internacional

Aunque éste es un problema que lleva afectando a la biodiversidad del planeta desde hace siglos, ha sido en la última década cuando ha comenzado una verdadera sensibilización a nivel internacional. El primer paso se dio en 1992 en la Cumbre de la Tierra celebrada en Río de Janeiro, donde 170 países suscribieron el Convenio de Diversidad Biológica, que reconoce por primera vez la amenaza y hace un llamamiento a la acción para limitarla. En España, el Primer Congreso Nacional sobre Especies Exóticas Invasoras fue celebrado en junio del año pasado. Actualmente, el Ministerio de Medio Ambiente está redactando un plan de acción con el objetivo de censar las especies invasoras existentes en nuestro país y desarrollar políticas para erradicarlas, así como para prevenir nuevas introducciones. «No es la panacea, pero es un primer paso para establecer directrices», reconoce Zilletti, quien insta a las Comunidades Autónomas, que tienen las competencias en esta materia, a actuar en esta dirección.

Entre las medidas a adoptar, el Grupo de Especies Invasoras aboga por establecer mecanismos de financiación sobre planes de control específicos para estas especies y desarrollar programas de educación y sensibilización para atajar este problema, que provoca sólo en Estados Unidos unas pérdidas anuales de 137.000 millones de dólares. Oberhuber va más allá e incide en la regulación de la tenencia y el tráfico de especies exóticas, ya que, como señala, «si no hay introducciones, no hay fugas».