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Navegando sobre el fuel

La gran mancha dejó de ser ayer una foto de satélite. Aunque los barcos no pueden salir de puerto y el espacio aéreo sobre el vertido está restringido, la lancha que José Manuel Rodríguez Olveira usaba antes para coger percebes, y que no estaba sujeta al amarre obligatorio, se aventuró ayer sobre las olas de tres metros que rompían sobre Fisterra para acercarse al negro futuro que acariciaba la costa.

La Rutía es una lancha de seis metros, tan sólo el doble que las olas sobre las que volaba. El nombre de la embarcación -explican- es la palabra en gallego que define la espuma blanca que corona las olas cuando las bate el viento: ayer la espuma era negra a menos de dos millas del faro de Fisterra.

En la lancha viajaban también los hijos de José Manuel, Víctor, Sergio y David, una familia de percebeiros de Sardiñeiro que conocen cada roca por su nombre porque son -eran- su medio de vida: «Aquí collíamos percebes, explica Víctor, desde o Cabo ata Lires». Eso era antes del «Prestige», porque ahora las piedras brillan con los tonos irisados de las manchas de fuel.

Nada más abandonar Fisterra se divisa el Centolo, un peñón frente al Faro que, según los percebeiros, daba los mejores percebes de Galicia: «Non tan grandes, pero mellores que os do Roncudo». A la altura del Centolo la Rutía se detiene. Hace dos semanas la roca estaba llena de mejillones y percebes, ahora está completamente pelada y ennegrecida, y la única vida que queda sobre ella la ponen los cormoranes y las gaviotas que intentan sacudirse el fuel de su plumaje.

José Manuel duda entre seguir adelante o regresar a puerto. El mar está muy picado y las olas no son lo más seguro para la lancha; a bordo la tripulación está completamente empapada. Al fin decide avanzar hacia el fuel. Desde el mar se contemplan zonas de roca arrasadas: A Nave, Os Oídos, O Cabo. Kilómetros de costa.

A la media hora la Rutía se encuentra con el casco renegrido del Alcyon sorbiendo petróleo en medio de una gran mancha. Es densa y espesa, de unos cien metros de longitud y veinte de anchura. El barco francés chupa el fuel de la superficie, pero parece evidente que si el tiempo no ayuda, el estómago del Alcyon no podrá con tanto petróleo.

Más allá, a un par de millas de distancia, se divisan otros tres buques trabajando. José Manuel intenta acercarse a ellos, pero por el camino el agua está teñida de manchas negras de diversos tamaños y el patrón prefiere no arriesgar su embarcación y la salud de los tripulantes. Apesta a gasolina.

«Entra todo»

«Se o vento non cambia -apunta José Manuel- entra todo». La familia Rodríguez está preocupada. Sobre los 1.200 euros que van a cobrar no se quejan, pero recuerdan que hace dos años, en Navidad, el percebe llegó a los 110 euros el kilo e hicieron mucho dinero. La lancha en la que van les costó 6.000 euros, otros 18.000 más el motor de 150 caballos, y cuesta mucho conservarla. Ahora ya no la usan para el percebe, pero la mantienen, igual que otros mariscadores de la zona. Sirve para pescar. En Fisterra había muchas lubinas y sargos que también ayudaban en la economía familiar.

En el viaje de vuelta David señala algunos puntos en las rocas y recuerda cuando el mar le jugó malas pasadas que a punto estuvieron de costarle la vida. En la Costa da Morte a mucha gente se la llevó el mar mientras se ganaba el sustento. Ahora es el Prestige el que ahoga al mar y amenaza con llevarse también a los que quedan. Una vez en tierra, la familia de percebeiros regresa a Sardiñeiro, pasan en coche ante el monumento al emigrante que hay en Fisterra. Para muchos habitantes de la zona, la imagen de bronce con una maleta amenaza con convertirse en un retrato de su futuro.