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La sopa más cara del mundo

Las sopa más cara del océano Varias organizaciones ecologistas comienzan una campaña para regular el comercio del pez más grande del mundo, el tiburón ballena.

Singapur se despertó recientemente con la presencia en el cielo de una gigantesca réplica de un tiburón-ballena, que en las próximas semanas visitará otros seis países para alertar del peligro de extinción que amenaza al mayor de los escualos del mundo.

La reproducción, de 16 metros de longitud y 34 toneladas de peso, fue lanzada sobre los rascacielos de la ciudad-estado por miembros de la organización ecologista Wild Aid, en un intento de regular el comercio de esta especie junto al tiburón moreno y al tiburón blanco-gris.

Tras un periplo por Taipei, Londres, San Francisco, Hong Kong y Quito, la propuesta de regulación será presentada en noviembre en Santiago de Chile ante la Convención de la ONU sobre Comercio Internacional de Especies Protegidas (CITES).

El plan es una iniciativa de India y Filipinas, donde las capturas indiscriminadas esquilman la colonia del tiburón-ballena, incluido en la lista de especies amenazadas de la Unión Mundial para la Naturaleza (IUCN, siglas en inglés).

Según Victor Wu, delegado de Wild Aid, Honduras, Ecuador, Belice y algunos países del Caribe, en cuyas aguas habita el Rhincodon typus (nombre científico del tiburón-ballena), apoyan la propuesta indio-filipina, en una alianza para evitar la desaparición de la especie en aguas de Asia y América Latina.

Como un autobús
Además, tanto por su descomunal tamaño, equivalente al de un autobús, como por su mansedumbre y carácter amable, que le ha ganado el apelativo «del gigante dócil del océano», el tiburón-ballena es una de las presas más vulnerables a la codicia humana. Otro de los factores que dificultan su conservación es su lentitud reproductora, pues no procrea antes de los treinta años de edad, y lo limitado del número de sus descendientes.

Esto ha ocasionado que su población haya descendido incluso en países no interesados en su captura, como Suráfrica, donde se han convertido en el objetivo de la industria pesquera que sigue implacable sus desplazamientos migratorios.

Solamente algunas naciones como Myanmar (la antigua Birmania), Malasia, Filipinas, Tailandia, Australia, India, Maldivas o Estados Unidos cuentan con medidas de protección.

Ecoturismo
Wu alabó la actitud del Gobierno de Filipinas, que en 1998 prohibió la caza y la venta del tiburón-ballena y apostó por la protección dentro de una oferta ecoturista, que en el futuro no descarta que los visitantes naden en compañía del pacífico escualo.

Filipinas se enfrenta al problema de combatir a los ilegales empujados por la presión de los mercados de Hong Kong y Taiwán, donde el precio de una aleta de este tiburón puede alcanzar los 700 dólares el kilo. Pero para Wu, la alternativa filipina es la única salida para proteger al tiburón-ballena en una estrategia de mayor alcance que también beneficiará el ecosistema de los océanos y a la industria turística. De acuerdo con los informes facilitados por Wild Aid, los ingresos del sector en Australia, Tailandia y las islas Seychelles han experimentado un considerable incremento gracias a la aportación de los turistas y de los aficionados al submarinismo. A tenor de estos datos, Wu señaló que «resulta más rentable dejar con vida al tiburón-ballena que matarlo para hacer sopa».

Inaceptable Comercio clandestino
Victor Wu insiste en la presión ejercida por la demanda asiática de aletas de tiburón y destaca «lo inaceptable de un comercio clandestino en el que se pagan miles de dólares». De acuerdo con las cifras de WWF/Adena, cien millones de ejemplares de tiburón son pescados anualmente para engrosar la oferta de los restaurantes de Taipei y Hong Kong, donde un plato de sopa puede alcanzar los 140 dólares.